Como padres en más de una ocasión nos hemos sorprendido con la cantidad de cosas que los niños pillan, aunque pensemos que han pasado desapercibidas: “Papá, ¿Por qué estas enfadado con mamá?”; “¿Por qué la abuela ya no viene por casa?”; “¿Por qué ya no compramos ese jamón tan bueno como antes?”. Es solo natural pensar que como padres siempre intentamos proteger a nuestros hijos de los problemas complejos de adultos, pero los niños son instintivamente curiosos e intuitivos. Así como no nos explicamos que no les importe comer una galleta que ha establecido hogar en el sofá desde hace meses, pero rechazan probar ese filete que te has currado para cenar, es difícil entender como nuestros hijos a veces no son capaces de entender que si dejan el abrigo en la cocina nos toca a nosotros colgarlo, pero sí pillan con plena facilidad nuestra sonrisa falsa al saludar a alguien en la calle.
El estrés y la ansiedad son naturales en nuestras vidas. Todas las familias los experimentan en mayor o menor grado a lo largo de los años por una variedad de motivos. Un estudio realizado por la Asociación Americana de Psicólogos (APA), encontró que el 47% de padres pierden la paciencia con sus hijos a diario, pudiendo acabar en gritos. Es importante saber cuáles son nuestros gatillos de estrés para estar preparados para enfrentarnos a ellos. Los gatillos más comunes son la falta de tiempo, estrés financiero, estrés debido al ámbito laboral, la relación marital, preocupaciones de salud, balance de responsabilidades parentales, y/o dudas personales e incertidumbre. Saber cómo se manifiesta el estrés es una buena manera de estar listos para detectarlo, no solo en nosotros mismos, pero en nuestra pareja o hijos. A continuación, hay un groso listado de los síntomas más comunes del estrés:
Síntomas Físicos: dolores de cabeza, problemas digestivos, gripe prolongada o frecuentes, taquicardia, dolores de pecho y/o mareos.
Síntomas Cognitivos: pensamientos intrusivos, dificultad para concentrarse y/o problemas de consolidación de memorias.
Síntomas Emocionales: preocupación constante, irritabilidad, sentimiento de superación y/o aislamiento.
Síntomas de Comportamiento: cambio en hábitos alimenticios, patrones de sueño interrumpido, evasión social, procrastinar.
Es solo natural que cuando las personas están estresadas sus respuestas emocionales no sean las más apropiadas. De hecho, incluso cuando un padre se esfuerza mucho por no gritar a sus hijos en un momento agobiante, los niños aún son capaces de captar la tensión en su hogar y esto puede repercutir en emociones negativas y ansiedad. Pensad en cuando erais niños. ¿Recuerdan esa paz y felicidad interior al ver a nuestros padres felices y la frustración y tristeza cuando captaban que algo no iba bien? Todos sabemos que el estrés puede ser perjudicial. Hay que recordar que más que el estrés en sí, es como reaccionamos a él lo que puede ser perjudicial para nosotros y la gente a nuestro alrededor.
Esto se debe a que el estrés puede jugar más que un simple papel ambiental en nuestros hijos. Un interesantísimo estudio de epigenética (ciencia que mira como factores ambientales modifica la activación/supresión de ciertos genes) encontró una influencia en codificación genética de un niño al estar expuestos a padres significativamente estresados durante sus primeros años de vida. Este estudio longitudinal encontró que el estrés era capaz de afectar genes responsables de la producción de insulina y del desarrollo del cerebro hasta entrada la adolescencia. Este estudio demuestra rigurosamente que estar expuesto a altos niveles de estrés durante la infancia repercuten hasta diez años después en nuestra salud.
Hay una extensa lista de estudios científicos que analiza el efecto de estrés y amor en una serie de mamíferos. Todos concluyen en que, si bien está bien abrazar y demostrar amor a nuestros hijos, no es solo beneficial el afecto en sí, pero también lo es el sentimiento de paz y seguridad característico del apego. De hecho, varios científicos argumentan que es este sentido de paz y seguridad más vital que el afecto en sí. Muchos expertos argumentan que es más importante, para el desarrollo sano de un niño, transmitir que “el hogar es un espacio tranquilo y protegido con tiempo para ser mimosos sin miedo a predadores” más que darle besos, abrazos o decirle múltiples veces al día las palabras “te quiero”.
Crear un ambiente de poco estrés empieza con los padres, la relación entre ellos, la familia y los amigos. El estrés de los padres es ambos un antecedente y una consecuencia de mal comportamiento en sus hijos. El ciclo se prolonga ya que los problemas comportamentales son también antecedentes y consecuencias del estrés de los padres. Se estima que uno de cada cuatro niños tiene preocupaciones que culminan en ansiedad intensa durante su infancia. Estas ansiedades suelen ser específicas de algo que han vivido y temen volver a vivir (e.g. no poder respirar en la bañera una vez al usar demasiada agua al enjuagar el cabello, esa rodaja de aceituna que picaba muchísimo, no tocar cosas afiladas que cortan, etc). Alrededor de los 8 años, los niños empiezan a llevar sus ansiedades a niveles catastróficos. Ya no se trata de evitar algo que han vivido, pero evitar consecuencias mucho más graves que pueden incluso ser inverosímiles (e.g. si me corto el dedo me voy a desangrar y morir, si me tropiezo con una piedra me voy a quedar paralítico, etc.) Para cuando cumplen los 12 años, las ansiedades adquieren un sentido más emocional y empiezan a mezclarse con sentimientos de culpa y vergüenza (e.g. si me pongo ese jersey todo el colegio se va a burlar de mí, si mi madre me da un beso enfrente de mis amigos van a pensar que soy un bebe, etc.). Las cosas por la que los niños se preocupan se van modificando según su desarrollo cognitivo y emocional.
Se suele tener la percepción de que la ansiedad corre en las familias. No obstante, no hay suficiente evidencia para argumentar esto. Por lo contrario, hay amplia evidencia que la ansiedad y el estrés son muy susceptibles a factores ambientales. Como padres siempre tenemos las mejores intenciones, pero a veces nuestros comportamientos pueden hacer más daño que bien. Los padres ansiosos suelen ser más intrusivos cuando sus hijos realizan una tarea que padres que no son ansiosos. Esta intervención da la percepción a los hijos de que hay algo que temer, un posible predador, algo por lo que estar vigilantes. Los padres ansiosos buscan intervenir a la mínima señal de que sus hijos se enfrentan a un reto o frustración. Esta sobre-intervención suele afectar en los niveles de confianza del niño, su tendencia a preocuparse excesivamente, así como en sentimientos de incompetencia. Irónicamente lo contrario genera los mismos efectos. Padres desinteresados, hostiles y que rechazan dedicar tiempo a sus hijos despiertan en ellos sentimientos de incompetencia, baja autoestima y con tendencias de ansiedad.
Proporcionar un ambiente de paz y amor no significa estar encima de nuestros hijos constantemente, no significa vigilar con cautela su cada paso ni significa ofrecerles facilidades excesivamente. De hecho, hay una amplia acumulación de evidencia que señala que invertir tanta energía en nuestros hijos no solo coarta su libertad, pero empobrece su desarrollo, e, irónicamente, genera estrés y depresión. La mejor manera de conseguir un hogar pacifico no es evitar frustraciones para nuestros hijos, sino ayudarles a que sientan que pueden valerse por sí mismos en un ambiente de aceptación y apoyo. Cuando las cigüeñas aprenden a volar, lo hacen encima de sus nidos, donde sí se caen, no corren riesgos. Así mismo, lo idóneo sería que nuestros hijos aprendan a frustrarse, agobiarse y superar retos en casa, donde pueden aprender técnicas para manejar estas situaciones y darse cuenta que son capaces de valerse por sí mismos en estos casos. Esto se aplica tanto a un bebé aprendiendo a andar, un niño siguiendo una mariposa en el jardín o un adolescente debatiendo un argumento conflictivo.
Cuando nuestro estrés se debe a otros factores independiente a los niños, nuestras respuestas a estas situaciones son los principales modelos de comportamiento que nuestros hijos copian. Has un pequeño experimento. Durante un par de días vigila con particular atención como responden tus hijos a una frustración y te hará gracia (o terror) ver como en más de una ocasión dirá algo que dices tú, hará una cara que haces tú o incluso soltará un gruñido semejante al que sueltas.
Si Sientes que el estrés a veces saca lo peor de ti, quizás algunos de estos consejos puedan ayudarte a reaccionar mejor a las circunstancias y a devolver el sentido de paz y seguridad a tu hogar:
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La vida de todos es muy ocupada, asegúrate que hay al menos un momento familiar al día, ya sea en el desayuno, la cena o una breve tertulia antes de iros a dormir. Otorgar un momento sin móviles ni trabajo dedicado solo a la familia es esencial para restaurar el sentimiento de calma en el hogar.
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Busca que estrategia de disminución de estrés funciona para ti. Si bien seria genial poder apagar el estrés con nuestra mente, por ahora aun es necesario hacer algo explícitamente para disminuir la ansiedad. Unos ejemplos son hacer ejercicio diario, meditar, escuchar música, escribir en un diario, colorear o dibujar, un tiempo de lectura, andar, o cuidar un jardín. Incrementar nuestras interacciones sociales siempre es de gran beneficio. Las personas que se sienten conectadas y apoyadas suelen pedir ayuda con más frecuencia. Hablar de propio estrés con amigos y familiares hace que el estrés disminuya.