Cuando dos personas deciden unir sus vidas, nace la pareja.
Cada una de las personas trae consigo una enorme mochila de vivencias personales y familiares, valores, tradiciones, mitos, creencias y expectativas.
En ocasiones, éstas pueden coincidir, otras veces pueden ser muy distintas. No es sencillo poneren común lo que cada uno trae en su mochila. Ponerse de acuerdo, negociar qué vamos a descartar, con qué nos vamos a quedar y qué nuevo construiremos en común, es más difícil todavía.
¿Qué es lo que sucede?
Usualmente llegamos a la pareja pensando que estas diferencias no existen o será sencillo resolverlas, porque nos amamos, pero a la hora de la verdad resulta que estamos más aferrados a la “forma como se hacían las cosas en mi casa”, descalificando lo que propone el otro. A esto hay que sumarle la presión familiar de lado y lado, para que se viva según la tradición, valores y forma de ver la vida de la familia de la que cada uno proviene, convirtiendo la negociación más dura todavía.
Muchas veces nos podremos sentir desleales a nuestra familia al aceptar iniciativas de nuestra pareja o al crear juntos nuevas reglas o tradiciones decididas en común.
También podremos sentir nuestra identidad cuestionada.
En realidad lo más importante es que la pareja pueda ir dialogando y acordando estos espacios, independientemente de lo que opinen sus padres y suegros, pues son ya una unidad familiar diferente que deberá ir fortaleciéndose con sus propias decisiones.
Aceptar lo que trae el otro como algo bueno… aunque sea diferente, nos ayudará a fortalecer la pareja y a respetar las características de cada uno como algo válido.